viernes, 9 de enero de 2015

Taller Literario (artículo nº 5) La literatura y la política


La literatura y la política

 


Aún cuando a día de hoy imaginemos la política como un ejercicio alejado del mundo intelectual, máxime a tenor de los derroteros políticos actuales que toma nuestro país, a menudo no nos paramos a pensar cuán intensamente están ligadas esta materia y la materia de escribir. Más comúnmente de lo necesario, la política es un freno radical a la expresión periodística y, desde luego, cómo no va a serlo en el resto del material escrito, sobretodo de un libro.

Siguiendo aún con la trama de la prensa, yo mismo he sentido verdadera desilusión al comprender que muchos rotativos tienen un carácter predefinido antes de que se imprima en sus titulares una sola palabra. Es, a fin de cuentas, interpretar las cosas forzosamente desde un prisma pulido de un canto determinado a sabiendas de enlucir una opinión interesada. De esto tampoco escapa nuestro país.

Es la política, que tiene un alcance mayor de lo esperado. Es “educadora” (para bien o para mal) y en este artículo citaré la política de ciertas regiones del mundo que no solo merman la expresividad escrita, sino que incluso la desvinculan de su pueblo (en todos los sentidos).

Ya sabemos en qué sociedades tienen cortadas las alas nuestros hidalgos de la letra. En algunas, simplemente, estos escritores no existen. En otras, lo que escriben está convenientemente politizado.

Por tanto, escribir esto último, ¿es escribir?

Escribir es todo, eso está claro. De hecho, la gran mayoría de los libros son “mera” ficción. Entretanto, el engranaje manipulador de ciertas políticas adscriben autores sometidos o partícipes de un ideario político para que reflejen en sus obras una ficción no ya que escapa de lo imaginado, sino ligada a la conveniencia política, de tinte detestable (servil a fines no literarios). A menudo, el cariz de esa literatura (ya casi perversa) es de “todo va sobre ruedas” y se escribe sobre un modus vivendi ideal, cuando en el fondo ocurre que estos trabajos literarios están, más que censurados, retorcidos camino a esconder los fracasos (o el éxito) de un ejecutivo político.

Noticias me han llegado de un norcoreano minero que se convirtió en un afamado escritor de su país cuando envió sus relatos al gobierno y éste decidió contratarlo. Extraña editorial… Como mínimo sospechosa. ¿Escribiría, pues, de los apagones en su tierra natal? ¿De un demonio llamado Occidente?

Del otro lado del mundo, de Cuba, me llegan informaciones sobre las obras realmente admiradas por La Revolución, en especial aquellas cuyos protagonistas son gente aburrida y desorientada en su vida prerrevolucionaria, modo de que sea justificado de paso el modelo de reforma social del régimen cubano. A sabiendas de ello, el resto no interesa. La editorial “ciudadana” que es este estado elije escrupulosamente aquello que llega al pueblo solamente por fines políticos. Así pues, esto es una contradicción de principios, a saber que, si somos comunistas, un libro debería escribirse por todos y para todos, independientemente de su contenido (como en democracia, ¿no es así?) Y, si vamos escribir un libro entre todos, ¿valen todas las opiniones, o solo aquellas de una minoría de la cúpula gubernativa?

Sobra decir que podemos diferenciar entre la ficción de una historia libremente pensada a la ficción de un escrito supervisado para el germen de una propaganda engañosa, como lo es quitar de novelas coreanas o cubanas la hambruna y las deficiencias de unos modelos de convivencia como mínimo enrevesados. Ficción sobre ficción, podría definirse. Y, más que censura, eso mismo de lo que hablo: exaltación interesada.

…Me queda aún por decir algo que, en su momento, me pareció chocante. No sé si me confundo o, por favor, que alguien me rectifique, pero a tenor de lo leído (si he leído bien) uno de nuestros maestros literarios (nobel merecido) era tertuliano y simpatizante de Fidel. ¿Quizá muy de izquierdas? …No llego a esos datos, pero sí me da por pensar que, a cuenta de que el mayor grado de censura es evitar, directamente, que el autor exista, en esos ambientes politizados de estas “revoluciones” cuán desperdiciado hubiera estado este señor si alguien hubiese decidido, por él, que su misión en el mundo era dedicarse a remendar zapatos, que no le hubieran dado la oportunidad de, libremente, enfrentarse a esa selección natural que, en libertad, se comprometen para su supervivencia los autores de verdad.

¿Hay mayor ficción que esa?

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