El talento
Jamás me
atrevería a sugerir que, literariamente hablando, tengo el talento de mi mano.
Espero no caer en ese absurdo; llegado el caso, es la gente la que debe decir
eso, no yo.
Harina de
otro costal sería hablar de predisposición, tendencia, atracción… aunque luego,
a base de escribir páginas y más páginas, termines por ni hallarle el instinto
literario a tu ADN.
Por ahora,
comienzo este artículo diciendo que nadie le quite al que escribe todo eso, sus
ánimos por las letras. Ya germinará el resultado de años en blanco, en gris o
en negro, guste o no guste a los que deben decidir quién tiene talento y quién
no. Porque, si bien es cierto que la calidad es subjetiva, la cantidad sí que
puede medirse y hay gente con un ánimo infinito por comunicarse, hágase bien o
hágase mal.
Eso,
evidentemente, no es talento. Es una virtud diferente. Entretanto, y sin
reivindicarme en nada, siguiendo en la línea de los que nacen con la
predisposición hacia una materia determinada, me he sorprendido una y mil veces
viendo documentales biográficos sobre toda suerte de actores, cómicos y
cantantes para descubrir que, en su tierna niñez, quien no se enrolaba en las
funciones de teatro del colegio, acaso alegraba las fiestas familiares con sus
gracias o ya cantaba en la ducha. No sé si eso es talento o no, pero seguro que
sí que es una predisposición natural.
En ese
momento, justo en ese momento, y sin llegar a hablar de talento, es cuando
recuerdo que de los deberes escolares solía olvidarme de muchos, pero seguro
que llevaba a clase al día siguiente, con una orgullosa sonrisa en los labios,
todas y cada una de tantas y cuantas redacciones hiciesen falta.
Sigue sin ser
talento, pero sí que es predisposición. Aún gustaba de mecanografiarle a mi
padre los presupuestos de su trabajo, y, después de teclear mis primeras
aventuras en una máquina de escribir mecánica, llevado por ese instinto de
charlatán de letras adquirí de mis propios medios, ya en la adolescencia, una
de las primeras máquinas de escribir cargaditas de electrónica que me permitía
indagar los resultados de lo escrito, previamente al papel, en una pequeña
pantalla digital.
Mucho ha
llovido desde entonces, y puede que aún no haya despertado mi comunión con la
letra… como seguramente no haya enlazado el vínculo más importante, el del
lector. Porque, hoy por hoy, sin menospreciar el trabajo de nadie y a sabiendas
que seguramente el mío aqueja sus muchos errores, me sorprendo que el talento y
el éxito no siempre están de la mano… o acaso me equivoco y el talento no tiene
nada que ver con la forma de expresar ideas, sino en las ideas en sí.
No soy quién
para criticar el trabajo ajeno, máxime cuando el mío palidece de soledad, pero
a menudo me doy con la palma en la frente viendo que algunos textos más que
venerados enredan toda clase de… de… me cuesta decirlo, pero hay que hacerlo:
de mediocridad. No sé si me meto en aguas pantanosas, pero no sé definir si
acaso el lector de hoy es menos exigente que el de antes, o las ideas que se transmiten
actualmente a través de textos más que rudimentarios son tan geniales que no
precisan de un soporte respetable.
Quizá el
talento resida en eso, en “conectar”. Solo conectar, tal vez. Hay escritores
que pueden centrifugarse los sesos, activar todos los resortes de sus mejores
recursos y apelar a la inventiva lingüística más extrema describiendo de arriba
abajo la trama más ingobernable… que luego vendrá un pimpollo o una pimpolla con
“cuatro letras” que se lleve el gato al agua con una historia que, simplemente,
“conecta”. Es así, y ahora mismo no tengo una definición exacta para lo que
significa la palabra talento.
Sí sé (o
intuyo saber) qué es un producto… una bazofia, una obra maestra o un espejismo,
pero lo que sí tengo claro es que nadie se pone de acuerdo dónde se encuentra
el talento hasta que la masa humana, las circunstancias, la suerte o vaya uno a
saber qué conjugan un todo entre letra y persona, que termina siendo todos esos
referentes que los que andamos sobrados de predisposición (sirvamos o no)
perseguimos con humildad desde los primeros peldaños del camino hacia el
talento: la paciencia delante nuestra siempre misteriosa hoja en blanco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario