Si bien es
cierto que ningún escritor puede escapar de la letra, no es menos cierto que no
puede rehuir de lo escrito.
Esta aparente
estupidez viene a cuento de que el autor, por un lado, está supeditado a la
hora de escribir no tanto ya a su idioma, sexo o condición sexual, sus
vivencias personales… sino a su cultura, y la cultura es todo aquello que él
mismo crea… pero asimismo todo lo que se ha volcado previamente en él para
convertirlo en escritor. Esta obviedad se tambalea cuando este escritor accede
a otras sociedades (ya sea en el espacio o en el tiempo, inclusive imaginarias)
buscando nuevos horizontes, aunque, de todos modos, lo que hará, a grandes
rasgos, no es sino seguir el camino andado por sus antecesores.
¿Se puede ser
completamente original? Es decir, ¿puede el autor realmente innovar en un
género literario?
Con permiso
de estos antecesores de los que hablo, las novelas de hace doscientos años
atrás no deberían estar hablando de epopeyas galácticas, ni de robots o vida
artificial, de gente enganchada a su teléfono móvil… Hace doscientos años nos
hubiera parecido realmente patético descubrir que la gente actual viaja, y
encima inconsciente a las fenomenales circunstancias, a bordo de un artilugio con
alas mucho más pesado que el aire y más alto que las nubes mientras el personal
no despega la mirada de su WhatsApp, tecleando la pantallita de su celular con
verdadera devoción como si anduviese hipnotizada por una fuerza superior.
¿Tendría
éxito hoy día una novela de seres humanos debidamente informatizados, sin
sentimientos, sin hambre, sin sueño, sin problemas…? Dentro de doscientos años,
quizá la gente lleve una computadora en las retinas, se alimente de una pila de
combustible y no le apetezca ni reproducirse. ¿Quién sabe? es el futuro, lo que
quiere decir que pasarse de original no tiene sentido si no añadimos a esta
novela de evidente ciencia-ficción (que terminará siendo una novela sobre la
vida cotidiana de alguna era en cuestión) unas vicisitudes actuales. Generalmente
enfrentamos a las insectívoras invasiones extraterrestres a la calidad del
sentimiento humano (rebeldes resistiendo la invasión con un coraje y comunión
muy loables), o, dentro de esas sociedades frías y calculadoras de hombres y
mujeres ordenados en un futuro triste y vacío, camino al interés popular
inventamos la mal función cerebral de una de estas personas clonadas que, de
repente, nace con los viejos valores de una humanidad ya extinta en sus
emociones y propone escapar de un sistema de vida matemático y funcional.
Es decir, la
originalidad tiene su precio, y si no queremos estrellarnos es mejor andar con
pies de plomo y no innovar en exceso para no toparnos con el rechazo. Así pues,
no es buena idea que nuestro protagonista, personajes o circunstancias se
desboquen. Puede que me equivoque, pero parece que el modelo actual de
innovación literaria parece ser justo el que la demanda prefiere, y es la que
se alimenta de géneros preexistentes añadiendo ligeras modificaciones; cuando
ya nos hemos cansado de historias de vampiros, a secas, le añadimos a la trama a
sus sempiternos enemigos los licántropos, por ejemplo. Una trama de fantasía
épica con tintes menos infantiles y más realistas de lo habitual han hecho a
Juego de Tronos todo un fenómeno, como unas divertidas aventuras de unos
chavales en una escuela de hechicería (donde cualquier niño del mundo quisiera
ingresar) han sido los cócteles afortunados para convertir la saga de Harry
Potter en uno de los mayores éxitos literarios conocidos.
Entonces, si
no innovamos demasiado, ¿qué nos queda para encontrar la llave de la aceptación
popular a lo que escribimos?
…Esa pregunta
es tan enigmática y tan arraigada, y ¿quién sabe? quizá tanto a la fortuna como
al destino, que así, a “sangre fría”, es absolutamente irresoluble. Ya se han
convertido a un par de cowboys en amantes, como hemos visto a un oso panda
haciendo kung-fu. Mientras, y siguiendo con la tendencia cinematográfica
(absolutamente válida para con el mundo literario) el éxito más entrañable de
la historia del cine trata asimismo de una historia de fantasía épica en el
espacio exterior, con caballeros Jedi a espada, malos con armadura, magia y
aventura a la vieja usanza, donde la ciencia ficción parece más de una peli de
La Segunda Guerra Mundial que otra cosa. Así pues, quizá para nuestra próxima
novela de acción y éxito popular deberíamos meter en una saca cientos de
caracteres y circunstancias posibles en tantas y tantas papeletas como nos sea
posible, irlas desentramando al azar y esbozar así una historia realmente
innovadora que despierte el interés del público… o que nos hunda
definitivamente en el pozo del fracaso. Eso sí, sin pasarse; el aura y carácter
de las actuales civilizaciones humanas sigue siendo válido, mientras que las
emociones románticas, el odio, la amistad, y otros muchos valores “de manual”
son los que siempre deben perdurar en nuestras paranoias escritas.
Al fin, mi
consejo es escribir, y hacerlo sin remordimientos de ninguna clase porque
nuestros antecesores ya hayan levantado los cimientos culturales de los que nos
alimentamos todos al escribir. Hagamos del protagonista el malo, de la víctima
el asesino, del final el principio… pero no nos desliguemos demasiado de lo
común porque aún faltan doscientos años para que seamos unos bichos raros.
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