En estos días,
vía telediario, hemos visto completamente sorprendidos e indignados a un
verdadero imbécil “gastándole una broma” a una mujer que esperaba el autobús (o
cruzar un paso de cebra) dándole una verdadera patada traicionera a sus
tobillos para verla caer. Evidentemente, un compinche igual de idiota que él lo
grababa todo con su móvil y, de ahí, a “la gran pantalla”, al estrellato o a
esa fama de los incoherentes e inútiles de esta sociedad que tienen que llegar
a ser algo con este tipo de absurdos porque, de lo contrario, ni siquiera sus
madres se acordarían de ellos.
Se nota que
estoy indignado…
Vayamos por
partes, para que el artículo no se me vaya de las manos. Ya sabemos que Youtube
y las redes sociales han revitalizado o dado sentido a un sinfín de
desesperanzados que buscan notoriedad haciendo el bobo en sus vídeos. Algunos
se pegan fuego, otros se rompen la crisma en sus piruetas, los hay que graban a
sus hijos pasándolo mal y quienes, lamentablemente, se dedican a hacer daño a
desconocidos para tener algo “artístico” que enseñar a la plebe. Sí, como en un
circo romano.
¿Por qué?
En fin, ante
todo hay que explicar que somos seres sociales (o “sociales”, que se entiende
mejor) y este tipo de comportamientos, aunque parezca mentira, no solo abarca
este delirio cinematográfico de poca catadura moral, sino que inspira y
promueve toda clase de expresiones humanas cara a sentirnos algo dentro de
nuestro grupo. Es decir, habrá quien se promueva vista a los demás con el ansia
de sentirse no solo observado, existente, sino además hasta idolatrado. Cara a
esto, quien pueda ofrecer algo que valga la pena, bien recibido sea.
Lamentablemente, también hay quien no tiene nada que aportar y debe hacerse
conocer, llenar su vida, haciéndose eco a los demás con travesuras y hasta
crímenes.
Dejando claro
de forma definitiva que esto de los vídeos basura no tiene nada que ver con la
cultura salvo en la esencia de esa ansiedad en hacerse saber en la sociedad,
culturalmente hablando y ya para con todas las manifestaciones posibles de la
cultura, identifico ya mismo el fenómeno del Gran Hermano, ese observador
indefinido e indefinible que hará juicio de todo cuando hayamos hecho, de todo
cuanto hayamos dejado como constancia. Suena delirante, pero es cierto. Lo anticipa
el pintor, sobre quiénes verán y enjuiciarán su cuadro. Lo aguarda el escultor,
con sus obras, el director de cine, el actor… y, en fin, sería absurdo poner
más ejemplos porque ya sabemos de qué va esto. En lo que me concierne, el autor
escrito también tiene pensado y sabido de ese observador inquietante e
imposible de definir porque ya sospecha que todo cuanto vaya a añadir a la porción
de cultura que le toca va a quedar sujeto al juicio de quienes lo “observen”
(de quienes lo “consuman”). De ahí lo de Gran Hermano; no sabemos si, dentro de
mil años, alguien que no llegaremos a conocer será el receptor de nuestro
trabajo, y si por él seremos ridiculizados, adorados, temidos, soñados…
respetados o rechazados. Y ya nos empequeñecemos delante de una cámara de
fotos, y sobretodo del teleobjetivo del camarógrafo de nuestra cadena de
televisión local, como para no reconocer que tememos y adoramos al mismo tiempo
lo que hay detrás del subterfugio donde moran nuestros futuros jueces.
Y ese Gran
Hermano lo abarca todo, a todos. Incluso, gran parte de ese “observador
enmascarado” es inventiva nuestra. Más de la mitad de lo que especulemos sobre
él, no existe. Para que nos entendamos, hablo del mismo Gran Hermano que imaginan los que andan la calle con pintas estrafalarias creyendo que están siendo la bomba. Y aún tiene, ese observador omnipresente, más poder del que podamos imaginar, y seguramente
del que realmente tiene, porque soy testigo de presentadores de televisión
verdaderamente infumables en su vida cotidiana (hablo de mal humor y
prepotencia) que luego se desviven en su programa de simpatías y florituras de
happy-boy que solo tienen el fin de alcanzar la admiración de su Gran Hermano
particular, a fin de cuentas, a favor de quien necesita de todos los demás más
de lo que los demás necesitan de él.
…Ya imaginamos
la ingente cantidad de variables posibles para con los receptores del contenido
de nuestras obras. Nacionalidades, culturas, personalidades… Es impredecible. Y,
para algunos, realmente agotador, para esos ilusos que crean que pueden llegar
a contentar a todos sus fantasmas. Es un poco ley de vida. Hacemos, y esperamos
la respuesta. Ya seas un mierda de videos basura o un gran escritor, la
incertidumbre de tus observadores está ahí, observándote.
…A saber si Dios
escribió La Biblia con esas aspiraciones e inquietudes, con esas ganas de
saberse sabido y amado… y, cuando no le hicieron mucho caso, tuvo que darle a
los tobillos de alguien para que nos acordemos de que todavía puede haber un
mundo mejor.
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