domingo, 15 de febrero de 2015

Taller Literario (artículo nº 11) Cincuenta sombras de Grey


San Valentín erótico
 


No recuerdo una ocasión semejante para el desboque de pareja, que este San Valentín superlativo y extramotivado por un título literario, reconvertido ahora en una película que promete grandes pasiones… y decepciones.

Y nunca un libro “que sugiere” se convirtió de forma tan tajante en un auténtico manual de prácticas de pareja. Tanto así, que esta historia, Cincuenta sombras de Grey, ha debido de remover no solo el mercado de la superchería erótica, sino el de los somieres de medio mundo. Incluso algún aprieto a lo que se antoja un marido común y corriente que ahora debe vérselas de ataduras y antifaces donde antes solo hubo apagón y meneo.

Del mismo tirón, aquí estamos los mediocres sin fortuna tirando de MetaTags al caso para comer cuota de mercado de todo lo que no hemos escrito, y encima a la sazón de lo que las lectoras y lectores de este espécimen quieren devorar de todos los medios, desde el impreso al digital. Parece un todo que ha conseguido infectar a las masas de ese virus natural que llevamos dentro las personas, que no es otra cosa que la picardía sexual.

Bienvenido sea, desde luego. Del otro lado queda la práctica unanimidad de los blogueros de calificar la obra de mediocremente escrita. Ojos en blanco y sonrojeces a tutiplén, cejas con vida propia, un labio propio a prueba de masticaduras… Haber inventado algún que otro recurso, fuera de la diosa que hay en mí… A esta condición, solo achacar que haber introducido un medio de expresión más elaborado y sorpresivo al lector, cogerlo despistado y no “familiarizado” con lo que ya está leyendo, hubiera supuesto seguramente haber multiplicado por dos las sensaciones que transmite el libro, que son muchas; he leído u oído de viva voz de muchos y muchas que se lo leyeron en una madrugada, prácticamente, fortuna que luego fue menguando con el hartazgo de una historia que, según dicen, fue perdiendo fuelle en las otras dos entregas.

Nos pique o no al resto la sana e insana envidia que esto provoca, 50 sombras “ha jodido” el mercado con esa fórmula secreta que parece tirar de ansiedades más que de modas. He leído prácticamente la mitad del primer libro (no necesité más), y no sé realmente qué es lo que ofrece… pero sí sé qué es lo que extrae el lector de sus páginas. Y con mi relativa “chulería” de no necesitar de este documento casi de sección de autoayuda (que seguramente un algo o un mucho podría aprender), no quiero decir que tenga superadas todas las facetas humanas de dormitorio, sino que se huele de los malpensados que quizá el volumen tire del desencanto social de cierto cincuenta por ciento de cada pareja para ensoñar esa fantasía que los decepcionados buscan hasta en las musarañas. Porque, si todo el mundo estuviera sexualmente en su sitio y ya saciado, esto solo sería regodeo y redundancia (gula sexual) de algo que está más que superado. En resumen, no hubiera vendido tanto.

Todo esto desde la grada, claro está. Los que no estamos enganchados a él, presuponemos ese eslogan de porno de amas de casa que tanto se ha explotado para referir este título, mientras que algo más habrá cuando este ejemplar toma caracteres de compostura bíblica para algunos, como libro sagrado, y noto que quienes lo critican en círculos sociales y reuniones de amigos se encuentran una oposición de fieles muy activos y hasta guerrilleros. Se les estará tocando las ilusiones, quizá, o, lo que es peor aún, el entre y bajo carnal.

Pero, ¿y si la historia no es esa? ¿Y si esto no es solo sexo?

…Espero que no sea la iniciación de una chica inocente, seguramente tirando a estúpida, que termina siendo maniatada de su identidad y llevada de la sumisión divertida (la de la cama) a la de la opresión que hoy, ya enseñaditos como estamos (y hasta hartos), llamamos pre-violencia de género. Porque, del otro lado, espero que asimismo no sea que hay en sus páginas todo un prettywomaniano y joven de corbata y negocios, en este caso no tan formal y hasta insoportable (lo que los de mi quinta llamábamos fantasma y ahora se tilda de postureo), con manía persecutoria y, lo dicho, el acto y el germen de esos controladores celosos que llevan la infelicidad a tantas parejas desequilibradas precisamente por los desequilibrios de un desequilibrado (y aquí es más que obvio que no me refiero a las tendencias sexuales, claro está, pues para mi, éstas u otras, no son nada criticables).

Y ojalá, y lo digo en serio, que el tirón no se deba (al menos para la autoridad femenina) a la todavía pleitesía y adoración de un varón en una escala social superior al de la pretendienta y la consecuente abrumación por un despliegue económico que antes era de cuento de hadas, pero que hoy día se enfrenta a las ansias de la mujer actual por poseer y desplegar sus propios recursos. Es decir, no creo que el hombre sueñe de una mujer con millones y directora de una gran corporación (rascacielos incluido) …pero, claro, del otro lado, en la derrota romántica estamos ya hasta quemados de que la imagen más confusamente atractiva de un guapetón de cine sea verlo arreglar el carburador de su coche, descuidado de primeras barbas, en camisilla y sudado… a cuenta de que, al hombre, seguramente le cueste más encontrar ese amor a primera vista si se topa a la mujer desarreglada de mañanas, en bata, con rulos y encima fregando los platos.

Somos diferentes, eso está claro, y puede que me cueste encontrar los motivos que han arrancado tantas y tantas entrañas. Lo que quiera que sea, supone seguramente que la gente ha sacado más de sus páginas que sus productores los petrodólares, ahora que el género se sale de la lógica y se parodia a sí mismo en la desconcertante colección de ruborizantes imitadores.

Como quiera que sea, no somos correctores ortográficos o voluntarios de asilo, y leemos aquello que nos identifica o intriga. En ello es obvio que el lector de este libro no buscó la forma, sino el contenido. Sean o no sosas las escenas de cama (sean incluso inocentes), el principio humano al respecto solo objetó una necesidad para desbocar del mercado lo que quiso, arrancándolo de las librerías en un período de celo que ya quisieran para sí muchas especies.

Y así concluyo, fuera de generosas y confusas explicaciones de los sociólogos sobre el fenómeno, y es que… bah, seguro que es solo sexo. ¿Qué mayor motivo para mover el mundo? sabido ya que el sexo siempre ha sido uno de sus más activos engranajes.

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