La imagen y el origen del autor
Afortunadamente, no solo ha cambiado la eterna imagen del autor, sino sus orígenes.
Afortunadamente, no solo ha cambiado la eterna imagen del autor, sino sus orígenes.
Supongo que
ambas cosas están íntimamente ligadas, si bien ahora parece sospechoso que cierta
gente que aparentemente no sabe de letras se esté comiendo el mercado.
Bah, no creo
que ni los entendidos entiendan de letras. Imagino que, a veces con motivos,
señalarán que el mercado no sabe realmente lo que consume y, estos viejos
hacedores de la literatura, se frotarán los ojos viendo que, hoy día, trasciende
(y de qué manera) que haya “amas de casa” escribiendo (y triunfando… y a qué nivel…
y no me cansaré de decirlo) para vender cantidades sobrecogedoras de sus
trabajos mientras que la forma de hacer libro de toda la vida, la de autores “de
carrera”, se vaya apagando poco a poco.
Obviamente, y
seguramente me repito, habrá quien pueda justificarlo alegando que el lector tipo
actual es tan dependiente de las campañas de marketing, trata de un intelectual
tan limitado, que hoy día puede venderse cualquier cosa. Y no añadiré de mi
puño y letra (aunque así lo escriba) lo que opinan muchos de estos nuevos
lectores, sobretodo los más jóvenes: del otro lado, gracias a la “carne fresca”
la literatura no tiene que ceñirse a algunos verdaderos bodrios de antaño (que
nadie se escandalice, dicen algunos,
no todos).
Pues… ¿saben
una cosa? me alegro mucho. La literatura está hoy día mucho más democratizada
que antes. Nunca fue exclusiva de nadie, desde luego, pero, si ya cité en algún
artículo anterior que nunca hubo tanta gente escribiendo como ahora, los “intrusos”
al caso son los que se están comiendo el pastel. Legítimamente o no es otro
cantar, y, antes de marear al lector de este texto con p´lantes y p´atrás de
este tipo, me mojo diciendo que al fin ya hay literatura para todos los niveles,
que quizá era de lo que siempre cojeaba el mercado cara a hacerlo atractivo a
las masas.
¿Hablamos,
pues, de un mercado realmente poco exigente con lo que consume?
No lo sé. La cultura
y el conocimiento nunca han estado tan a la mano de la gente de a pie, y nunca
hubo semejante volumen de gente estudiada… por lo que, en teoría, el lector
actual debería saber lo que elige para leer. …Otra cosa es que este lector sea
maliciosamente intencionado con tretas absolutamente desligadas de la
literatura en sí. En este particular aparece la imagen del autor, que a menudo
tiene tanto más que ver con lo que escribe que las portadas de cubierta de sus
trabajos.
…Ya conocemos
a los viejos dinosaurios. Muchos los han temido, en especial, durante el
bachillerato. Y aún quedan, sobrios y malhumorados por naturaleza, para
hacernos saber de un mero vistazo a sus caras que su literatura tiene la usanza
de las verdaderas raíces de lo que es escribir. Incluso, así la especie ya
podemos adivinar el género y el manejo de lo que nos espera al leer sobre las Fortunatas y Jacintas de estos
caballeros.
También estamos
al día de que boinas, bufandas y gafas de hueso (algo de moda actual de Pub y tapas,
museo y jazz) merecen el aspecto bohemio necesario para que talentos de mediana
edad supongan un texto enriquecido de temas de hoy, entre tendencias y acción
en ciudades de estilo. Piercings, “tatus”, extravagantes y “otros rollos” suponen,
quizá, un soplo de aire fresco sobre más de lo mismo. Esto último, teniendo, a
mi parecer, un exponente digno de mención en Donna Tartt, una escritora estadounidense,
mujer vestida de corbata y pelo corto, que envuelve sus obras de una atmósfera de
secretismo, rareza y exclusividad, y de una puesta en escena seguramente mucho más
trabajada que, al menos, la última de sus obras. Doy fe.
Y, claro
está, ahora mismo rompe moldes (y lo digo con todos los respetos de un trabajo
bien sufrido) la imagen fresca y natural de esas “amas de casa” que para
acreditarse no necesitan posar con inquietudes intelectuales, con esa mano en
la barbilla que haga entender que el autor que acabas de comprar tiene algo muy
repensado entre manos, algo muy profundo… que sabe lo que hace y que, por descontado,
es más listo que tú.
…Los autores
de libros infantiles tienen que ser bonachones. Parece lógico. No colarían ni un
Umbral ni un Cela escribiendo sobre princesitas (al menos no de las apropiadas),
teniendo en cuenta la celosa custodia sobre psicología de los padres al uso de la
tesitura de elegir lo mejor para sus críos. Uno de novelas de terror debe dar
miedo… Si la mujer escribe “liberalidades”, que parezca cachonda… o muy seria y
elegante, que el mundo sofisticado también se alimenta de las “salvajadas” más humanas.
…De
famosillos (no famosos) ni hablamos porque, aunque lo suyo no deja de ser algún
grado de literatura (si es que la letra fue escrita por quien se vende… que no
por quien se debe), ya podemos presuponer que esto no es gen literario, a
sabiendas que en este caso los huevos fueron antes que la gallina.
Como quiera
que sea, el lector es soberano y ya podemos especular todo lo que se quiera sobre
cuánto de novelista tiene realmente un autor, como cuánto de producto se
esconde en su trabajo y en sus pintas, que son el complemento ideal para vender
por los ojos del cliente antes incluso de que éstos pasen a las páginas. Otro tanto,
y para enredar con más variables esta trama, serían la trayectoria y la fidelidad
de los incondicionales (sirva o no sirva ya como valor literario lo que se
adquiere) de modas al uso, ideologías y otras maquinaciones a menudo tan
superficiales. Al tanto, leer se vende casi tanto como se lee, y es más que
probable que un libro de aspecto soso, y de un autor con una pinta que nos
genere rechazo, quede acumulando polvo en el expositor de la librería mientras
los que ven mundo son esas creaciones vendidas como pavorreales.
¿La solución?
Pues… un estudio de imagen en los términos y condiciones empresariales con los
que se globaliza lo más posible este mundo, dentro de sus muchas diferencias, y
ya restar y sumar sobre dividendos lo que la calidad literaria del autor no
puede ganarse a pulso. ¿Denigrante? Puede… pero es ley: según dicen, vale más
una imagen que mil palabras.
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