jueves, 12 de febrero de 2015

Taller Literario (artículo nº 10) La imagen y el origen del autor

 
 La imagen y el origen del autor





Afortunadamente, no solo ha cambiado la eterna imagen del autor, sino sus orígenes.

Supongo que ambas cosas están íntimamente ligadas, si bien ahora parece sospechoso que cierta gente que aparentemente no sabe de letras se esté comiendo el mercado.

Bah, no creo que ni los entendidos entiendan de letras. Imagino que, a veces con motivos, señalarán que el mercado no sabe realmente lo que consume y, estos viejos hacedores de la literatura, se frotarán los ojos viendo que, hoy día, trasciende (y de qué manera) que haya “amas de casa” escribiendo (y triunfando… y a qué nivel… y no me cansaré de decirlo) para vender cantidades sobrecogedoras de sus trabajos mientras que la forma de hacer libro de toda la vida, la de autores “de carrera”, se vaya apagando poco a poco.

Obviamente, y seguramente me repito, habrá quien pueda justificarlo alegando que el lector tipo actual es tan dependiente de las campañas de marketing, trata de un intelectual tan limitado, que hoy día puede venderse cualquier cosa. Y no añadiré de mi puño y letra (aunque así lo escriba) lo que opinan muchos de estos nuevos lectores, sobretodo los más jóvenes: del otro lado, gracias a la “carne fresca” la literatura no tiene que ceñirse a algunos verdaderos bodrios de antaño (que nadie se escandalice, dicen algunos, no todos).

Pues… ¿saben una cosa? me alegro mucho. La literatura está hoy día mucho más democratizada que antes. Nunca fue exclusiva de nadie, desde luego, pero, si ya cité en algún artículo anterior que nunca hubo tanta gente escribiendo como ahora, los “intrusos” al caso son los que se están comiendo el pastel. Legítimamente o no es otro cantar, y, antes de marear al lector de este texto con p´lantes y p´atrás de este tipo, me mojo diciendo que al fin ya hay literatura para todos los niveles, que quizá era de lo que siempre cojeaba el mercado cara a hacerlo atractivo a las masas.

¿Hablamos, pues, de un mercado realmente poco exigente con lo que consume?

No lo sé. La cultura y el conocimiento nunca han estado tan a la mano de la gente de a pie, y nunca hubo semejante volumen de gente estudiada… por lo que, en teoría, el lector actual debería saber lo que elige para leer. …Otra cosa es que este lector sea maliciosamente intencionado con tretas absolutamente desligadas de la literatura en sí. En este particular aparece la imagen del autor, que a menudo tiene tanto más que ver con lo que escribe que las portadas de cubierta de sus trabajos.

…Ya conocemos a los viejos dinosaurios. Muchos los han temido, en especial, durante el bachillerato. Y aún quedan, sobrios y malhumorados por naturaleza, para hacernos saber de un mero vistazo a sus caras que su literatura tiene la usanza de las verdaderas raíces de lo que es escribir. Incluso, así la especie ya podemos adivinar el género y el manejo de lo que nos espera al leer sobre las Fortunatas y Jacintas de estos caballeros.

También estamos al día de que boinas, bufandas y gafas de hueso (algo de moda actual de Pub y tapas, museo y jazz) merecen el aspecto bohemio necesario para que talentos de mediana edad supongan un texto enriquecido de temas de hoy, entre tendencias y acción en ciudades de estilo. Piercings, “tatus”, extravagantes y “otros rollos” suponen, quizá, un soplo de aire fresco sobre más de lo mismo. Esto último, teniendo, a mi parecer, un exponente digno de mención en Donna Tartt, una escritora estadounidense, mujer vestida de corbata y pelo corto, que envuelve sus obras de una atmósfera de secretismo, rareza y exclusividad, y de una puesta en escena seguramente mucho más trabajada que, al menos, la última de sus obras. Doy fe.

Y, claro está, ahora mismo rompe moldes (y lo digo con todos los respetos de un trabajo bien sufrido) la imagen fresca y natural de esas “amas de casa” que para acreditarse no necesitan posar con inquietudes intelectuales, con esa mano en la barbilla que haga entender que el autor que acabas de comprar tiene algo muy repensado entre manos, algo muy profundo… que sabe lo que hace y que, por descontado, es más listo que tú.

…Los autores de libros infantiles tienen que ser bonachones. Parece lógico. No colarían ni un Umbral ni un Cela escribiendo sobre princesitas (al menos no de las apropiadas), teniendo en cuenta la celosa custodia sobre psicología de los padres al uso de la tesitura de elegir lo mejor para sus críos. Uno de novelas de terror debe dar miedo… Si la mujer escribe “liberalidades”, que parezca cachonda… o muy seria y elegante, que el mundo sofisticado también se alimenta de las “salvajadas” más humanas.

…De famosillos (no famosos) ni hablamos porque, aunque lo suyo no deja de ser algún grado de literatura (si es que la letra fue escrita por quien se vende… que no por quien se debe), ya podemos presuponer que esto no es gen literario, a sabiendas que en este caso los huevos fueron antes que la gallina.

Como quiera que sea, el lector es soberano y ya podemos especular todo lo que se quiera sobre cuánto de novelista tiene realmente un autor, como cuánto de producto se esconde en su trabajo y en sus pintas, que son el complemento ideal para vender por los ojos del cliente antes incluso de que éstos pasen a las páginas. Otro tanto, y para enredar con más variables esta trama, serían la trayectoria y la fidelidad de los incondicionales (sirva o no sirva ya como valor literario lo que se adquiere) de modas al uso, ideologías y otras maquinaciones a menudo tan superficiales. Al tanto, leer se vende casi tanto como se lee, y es más que probable que un libro de aspecto soso, y de un autor con una pinta que nos genere rechazo, quede acumulando polvo en el expositor de la librería mientras los que ven mundo son esas creaciones vendidas como pavorreales.   

¿La solución? Pues… un estudio de imagen en los términos y condiciones empresariales con los que se globaliza lo más posible este mundo, dentro de sus muchas diferencias, y ya restar y sumar sobre dividendos lo que la calidad literaria del autor no puede ganarse a pulso. ¿Denigrante? Puede… pero es ley: según dicen, vale más una imagen que mil palabras.

 

 

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