Ya sabemos que la vida es dura y que las
cosas son como son (que se lo digan a mis pies, que están donde deben).
Llevo tiempo intentando cazar La corte de los espejos, de Concepción
Perea, porque ha recibido soberbias críticas y, ahora que lo tengo físicamente
entre manos, me veo en la ansiedad de tener que hacer este pre-análisis porque,
en artículos casi inmediatamente posteriores, me he visto en la tesitura, el
reto, de analizar textos “de prestigio”. En el caso que me ocupa, la comparación
es inevitable y el resultado, sin más, sorprendente.
De este ejemplar apenas llevo cuatro
capítulos (son cortos y magnéticos), pero ya me veo arrojado a comparar
aquéllos y este título porque las evidencias están ahí (dicen que las
comparaciones son odiosas, pero las personas, a veces sin darnos cuenta, nos
pasamos la vida comparando).
Adelantando que la autora de este libro firma
aquí su primer trabajo (no es una consagrada ni protegida), la impresión que me
llevo es que no encuentro un solo estorbo o traspié en su literatura, no hay
peros. Al respecto, llevo algunas lecturas anteriores entre confuso y
desorientado porque no sé si la forma de escribir ha cambiado y ahora se
permite que ésta sea mucho más “flexible”, y que es “académico” que un texto salga
a la calle sin un decálogo concreto cuya ausencia trate de la causa por la que el
autor mete a calzos y a bombazos la información y allá el lector que se las
apañe.
Esto, aquí, no ocurre. El texto de
Concepción suena a literatura de la vieja escuela, con todo en su sitio y a su
normal cadencia. Da placer encontrar la correcta diferencia en los puntos y
coma con los dos puntos, usados en la discreción oportuna, y la ausencia
innecesaria de florituras para sacar brillo al orgullo del autor, de esas
triquiñuelas de viejo dinosaurio que algunos desempolvan del baúl de los recuerdos,
hablo de esas palabrejas añejas y resucitadas forzosamente del olvido, para
tratar de revalorizar un texto que, al fin y al cabo, no es tan profundo ni
pensado como parece. Y es que este post no existiría si todos los textos de
mercado siguieran estas mismas pautas (de Perea), si todo autor de renombre
desmoralizase a los aspirantes al oficio con textos incontestables y maduros,
finitos y soberbios. Sin embargo, eso no ocurre. Para mi sorpresa, grandes
vacas sagradas de la letra tropiezan como esta autora ¿desconocida? no hace. Aquí
andamos el libro sin darnos cuenta, aparece el ingenio y la espontaneidad,
perderse una página es perderse algo que deberías haber leído, y tenemos la
impresión de que esta persona no ha escrito tanto para los demás como para
ella, para pasarlo bien haciéndolo, sin nada que demostrar y, ya lo he dicho,
con el texto en su justa medida. Diríase que por algo tiene un máster en
creación literaria, pero este punto ahora mismo sobra porque gente con más
acreditación (premios literarios y carreras de filología hispánica) decepcionan
al lector con verdaderos frangollos escritos (en el modo, no en el fondo).
¿Qué es lo que pasa?
¿Por qué hay textos “flacos” en España, cuna de esta lengua? ¿Cómo se eligen los
grandes mentores del oficio, si no es a través de sus páginas? ¿Somos (son)
sinceros (autocríticos) a la hora de avituallar los escaparates y estanterías de los libreros?
Bueno y, para añadir alguna pregunta
más, ¿de qué va esta pre-loquesea que éste se ha sacado de la manga? Vaya tío conflictivo... Pues… creé
este blog para hablar de literatura a todos los niveles. Todos sus asuntos. Y
me choca encontrar un escritor primerizo a nivel de sabedor, y a sabedores a
niveles inferiores a lo esperado. Los lectores también tenemos cierto bagaje
literario y que nadie olvide, consagrados incluidos, que nuestra actividad (o,
por ende, inactividad) es un activo efervescente dentro de, si no de la creación
literaria, sí de su evolución y de su futuro. Como mínimo, citar el maremagno de
algunos entendidos en la materia que las comas no tienen un uso tan caprichoso
como parece; si están ahí, es para dar significado al texto y para moderar al
lector, a menudo para darnos un respiro y ordenar la información que recibimos.
Otras normas habituales (puntos y comas, y dos puntos) exigen un uso adecuado
para que no nos atragantemos, y que verbos y aclaraciones deben caminar de uno
a otro lado de la frase para que leer se nos deslice en los ojos, para que el
texto se diluya ante nuestra mirada con la misma soltura con la que oímos
nuestra canción favorita.
Cierto que la literatura es un inmenso
lago inexplorado (y seguramente inexplorable), pero ojo, lector, que no nos den
gato por liebre y que llegue adonde debe llegar el verdadero escritor de fondo.
Con relación a Taller Literario (este
blog) y atendiendo a que en algún email alguien (quizá más que confundido) me
ha comentado que qué pena no poder participar de ¿las clases de literatura de
este taller? (y aquí es cuando me muero de vergüenza porque no espero tanto),
cito que hay libros con los que aprenderemos a escribir (sí, yo también), y libros
con los que aprenderemos a hacer embrollos. Éste, La corte de los espejos, es un buen ejemplar para eso mismo, para
aprender a escribir.